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Nadie me volvió a besar

Aquel beso... 
Aquel maldito e inolvidable beso. El último beso que sentenció la despedida, ya no había marcha atrás después de aquel momento. Quizás no fue el mejor beso, pero lo que sí sé es que no va a haber otro igual; fue como borrar de mi memoria todos los demás. El último beso y el único al mismo tiempo. Después de todo. Qué cosas tiene la vida, ¿verdad?

Desde ese momento empecé a echarte de menos de una manera que jamás había experimentado. Digamos que fue de una manera especial mía. Ahora cuando llueve me da igual llevar paraguas, la lluvia cala igual de hondo que tú al vernos, incluso mi manta de felpa ya no calienta como lo hacía. Algo ha pasado después de aquel beso. 

Mi vida es un sin rumbo, ando desorientada, no sé muy bien hacia donde me dirijo, pero no puedo parar de caminar. El desequilibrio emocional me corroe hasta tal punto que ando como una puta desesperada en tu encuentro tocando con la yema de mis dedos todas las rugosidades que me recuerden a los cien lunares de tu espalda que forman la constelación más bella que el universo quisiera tener, y que también echo de menos.

Desde que te marchaste después de aquel beso la casa ya no huele a café por las mañanas y nadie deja mensajes de buenos días en el espejo empañado del baño. Nadie me para los pies cuando me enervo, y nadie me acaricia el pelo en mis noches de insomnio. Desde que te fuiste ya no duermo y siempre es la luz naranja del amanecer la única intrusa en nuestra habitación. 

Y mira que lo intento, pero no soy capaz de dejar de echarte de menos de esa manera especial mía de hacerlo. 

Qué tendría aquel beso... que nadie me volvió a besar igual.

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