Las expectativas duelen, hacen daño. La falta de ellas, sanan y te dejan vivir. Os lo digo yo que desde que decidí no ponérmelas, he encontrado hasta el amor. El amor hacia mi propia persona, el amor hacia lo más simple, el amor hacia un día a día, el amor hacia quien lo merece, el amor hacia lo común, el amor hacia, incluso, lo que jode. El amor. En general. Estamos acostumbrados a vivir pensando que el amor está aprendido, como si hubiese nacido en nosotros de forma innata. Un amor dormido que se despierta cuando alguna situación de nuestra vida le activa la alarma. Es por ello que cada persona tiene su propio concepto del amor, su propia simbiosis, su propia relación y su propia manera de vivirlo. Cada uno pone límites y fronteras, hay quienes se las quitan. Pero, ¿sabéis algo importante? Desde pequeños nos dicen que no siempre te vas a poder dedicar a lo que más te gusta, o al menos al principio de tu trayectoria laboral, y a veces no les falta razón. Lo mismo pasa con el
Dirás que son solo recuerdos, momentos. Son cómo imágenes que el tiempo oculta, no tienen vida propia pero le diste una oportunidad de formar parte de tu historia. Los recuerdos son parte de tu mente, tu memoria después de tantas cosas sigue fuerte recordando aquellos momentos intensos de tu vida: tu primer beso, tu primera caricia, tu primera vez... Testigo de tus primeras experiencias en la vida, como el empezar a tropezar y a levantarte de caídas con ayuda de los que tienes cerca y que nunca han dudado de ti, o incluso por iniciativa propia, ¿por qué no? Pero van pasando los años y vas olvidando cosas - aunque también hay cosas que nunca se olvidan - sin embargo a lgunos innecesarios momentos del pasado se marchitan poco a poco, porque hay recuerdos malos que a veces hacen tocar fondo, tan profundos que te hacen pensar, recapacitar, comerte la cabeza o sumergirte en un mar que te quiere ahogar. También sé que existen promesas que jamás se han cumplido. Promesas rotas, prome